‘Golpe de Estado’ en Perú: la furia pública fuerza la renuncia del presidente interino dejando un peligroso vacío de poder

Alonso Gurmendi Dunkelberg, UCL

Perú está en una profunda crisis. El régimen de una semana del presidente interino Manuel Merino se ha derrumbado ante las protestas masivas de decenas de miles de manifestantes enojados. Tres personas murieron y decenas resultaron heridas durante la semana cuando los manifestantes tomaron las calles en las principales ciudades de Perú, incluida la capital, Lima, para protestar por la destitución del popular presidente Martín Vizcarra.

Vizcarra fue depuesto como presidente el 9 de noviembre por acusaciones de soborno que él niega y que muchos denuncian como un “golpe parlamentario”.

La renuncia de Merino siguió a la renuncia de 13 ministros del gabinete por la brutalidad policial y el manejo de la crisis por parte del presidente interino. Ahora le toca al Congreso elegir un sucesor.

Es el último acontecimiento en más de una semana de agitación política en Perú, que comenzó cuando el Congreso anunció que había votado para despedir a Vizcarra por corrupción, argumentando que era “moralmente incapaz” de gobernar el país. Esto provocó mucha especulación sobre la delgada línea entre el juicio político y el golpe.

‘Incapacidad moral’

El artículo 117 de la Constitución del Perú sólo permite el juicio político bajo cargos de traición, impedir la celebración de elecciones y / o disolver u obstruir el trabajo del Congreso. El concepto de “capacidad moral” no se refiere a la acusación, sino a la “vacante presidencial”, situaciones en las que el presidente no puede cumplir con sus funciones. Según el artículo 113, la presidencia queda vacante si el titular muere, dimite, huye, es acusado o sufre de “incapacidad física o moral permanente”.

Este término, “incapacidad moral” es un término del siglo XIX destinado a aplicarse en casos de locura, donde una persona ya no es capaz de distinguir “bien” de “mal” – en otras palabras, si la presidencia estaba vacante porque el cargo El titular estaba incapacitado por discapacidad mental. Invocar el artículo 113 para destituir a un presidente requería un certificado médico, no artículos de acusación.

Martín Viscarra, presidente de Perú, anunciando su renuncia, 9 de noviembre de 2020.
El presidente peruano Martín Vizcarra anuncia que aceptará la decisión del Congreso y se retirará de la presidencia. EPA-EFE / Presidencia de Perú / Folleto

Pero en 2000, el entonces presidente Alberto Fujimori , quien actualmente cumple condena por corrupción y crímenes de lesa humanidad, huyó del país y renunció a la presidencia. Un congreso indignado se negó a aceptar su renuncia y, en cambio, declaró vacante la presidencia por “incapacidad moral”.

Fujimori no padecía ninguna discapacidad mental, sino que se lo consideraba “demasiado inmoral para gobernar”. En ese momento, esto se vio como una solución práctica para una crisis única en la vida, una medida que expresaba el sentido colectivo de censura del país hacia las acciones de Fujimori, no un precedente que se use con frecuencia. No se había vuelto a utilizar con éxito hasta la semana pasada.

Si bien era popular entre los votantes , Vizcarra no tenía mayoría en el Congreso. Sus reformas anticorrupción, incluidos los intentos de reducir la inmunidad parlamentaria, enfurecieron a un congreso donde 68 de 130  miembros enfrentan diversas investigaciones penales.

El “precedente” de Fujimori se convirtió en una conveniente herramienta política para el congreso de 2020. En lugar de la interpretación tradicional, donde la presidencia deja vacante debido a un evento específico (por ejemplo, renuncia, muerte o incapacidad), el Congreso decidió que la “vacante” era más bien una prerrogativa del Congreso, donde los legisladores pueden destituir al presidente siempre que suficientes de ellos voten entonces.

Según esta interpretación, la inmoralidad se convierte en cualquier cosa que el Congreso la defina, sin tener en cuenta el debido proceso. En el caso de Vizcarra, la excusa fue una investigación aún en curso por sobornos supuestamente recibidos antes de su mandato como presidente. Vizcarra fue destituido antes de que terminara la investigación y sin ninguna certeza jurídica de que se hubiera cometido un delito.

Vacío de potencia

Una vez destituido Vizcarra, Merino -como presidente del congreso- asumió la presidencia. Human Rights Watch advirtió que: “Hay muchas razones para sospechar que ellos [los partidarios de la votación para destituir al presidente] utilizarán la destitución de Vizcarra para socavar aún más el estado de derecho”.

Los manifestantes tomaron las calles y provocaron una respuesta salvaje de las fuerzas de seguridad. A medida que avanzaba la semana, el cargo de Merino se vio cada vez más presionado y, tras la renuncia de la mayoría de su gabinete, renunció y el Congreso declaró vacante la presidencia.

Hombre disfrazado de payaso protestando en las calles de Lima, noviembre de 2020.
Miedos a un payaso: manifestantes en las calles de Lima, noviembre de 2020. EPA-EFE / Paolo Aguilar

Perú no es el primer país latinoamericano en experimentar este tipo de “golpe” parlamentario. En la última década, Honduras , Paraguay y Brasil han experimentado manipulaciones similares del derecho constitucional. Reconociendo esta tendencia, la Comisión Interamericana de Derechos Humanos ha estado tratando de establecer pautas claras para separar los golpes parlamentarios de los procedimientos de juicio político.

En el caso específico de Perú, recientemente afirmó que “la falta de una definición objetiva [de incapacidad moral] le da [al Congreso] un alto grado de discrecionalidad que puede socavar el principio de institucionalidad democrática”. De hecho, en octubre de 2017, la comisión solicitó una opinión consultiva a la Corte Interamericana sobre el tema de distinguir entre juicios políticos y golpes parlamentarios. Lamentablemente, el tribunal rechazó la solicitud en 2018.

La creciente popularidad de los golpes parlamentarios en América Latina con frecuencia se pasa por alto fuera de la región, pero, no obstante, es una práctica extremadamente preocupante. Lo ocurrido en Perú debería ser visto por la comunidad internacional como una nueva oportunidad para examinar este nuevo tipo de procedimiento antidemocrático. Mientras tanto, sin un consenso claro sobre cómo avanzar y restaurar la estabilidad, habrá meses difíciles por delante para Perú y para la democracia latinoamericana en general.

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.